viernes, 3 de noviembre de 2017

Sor Juana Inés de la Cruz

En la nubes


Carlos Ravelo Galindo, afirma:


No hay muerto malo. Los vivos lo son. De  quien debemos cuidarnos. Y más en éstas fechas. Nos dice doña María Luisa.    Hablemos mejor de una ya fallecida, pero que sigue vigente.

Estamos  seguros que  esta breve historia de Sor Juana Inés de la Cruz, como a nosotros, les cautivará. Así como un poema, al final.

 (Juana Inés de Asbaje y Ramírez. Nace en  San Miguel de Nepantla, actual Estado de  México, en  1651. Y fallece en la  Ciudad de México,  en 1695. A los cuarenta y cuatro años).

Es  la escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII.

La influencia del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra.

Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veían con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa.

En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana.    Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo.

Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora.

Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud.

Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente.

Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio. Seguir en el gozo de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.

Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el virreinato).

Y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad.

En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de  Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.

Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se conservan está  la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

Explicamos:


El obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés, la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués Antonio Vieira sobre las «finezas de Cristo».

El obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, sin desconocer talento de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.

En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso».

La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa.

Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.

Redondillas   

                      
 (Una redondilla es una palabra que se deriva de la palabra castellana “redondo”. En la poesía, las redondillas son una serie de estrofas que contienen cuartetas octosílabas (versos de arte menor, de ocho sílabas) con el esquema de rima abba, también llamada rima abrazo).

Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?

Cambatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco el niño que pone el coco y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis, para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo  ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata, ofende, y la que es fácil, enfada?

Más, entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.

Esto nos dejan los muertos, añadiríamos.


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